En el uso de armas de combate hay un elemento oculto que sólo se vuelve tangible en el momento en el que empezás a utilizarlas para entrenar. Lo que les da poder es el cuerpo humano. Significa que la flexibilidad de las muñecas, la fuerza de los músculos, la estabilidad general, la fuerza de los tendones, la destreza, el equilibrio, la posición del cuerpo y la coordinación juega un papel importante para el resultado final.
El elemento físico está estrechamente ligado al aspecto mental. Por ejemplo, para poder mover nuestro cuerpo, tenemos un preciso modelo 3D en nuestra mente del mundo que nos rodea y de la manera en que nuestro cuerpo se ajusta a él. Sabemos dónde situar nuestros pies para dar medio paso (en vez de dar uno), cómo sostener el tronco o los brazos para no caer cuando damos una patada y sabemos lo lejos que pueden llegar nuestros brazos y piernas al extenderlos.
En el momento en que un arma entra en escena, el esquema mental tiene que cambiar y es ahí cuando la cosa se pone interesante. De repente necesitamos saber dónde empieza y termina el rango de efectividad, cuáles son los caminos posibles de ataque ¿Cuáles son las áreas de defensa? ¿Cómo podemos acelerar el arma sin sobre balancearnos o herirnos, de dónde viene el poder de determinados movimientos y cómo podemos maximizarlo?
Estas son cuestiones que resolveremos con la práctica, pero cada arma introduce distintos elementos a tener en cuenta en este aspecto:
· Su peso – cuán pesada o liviana es, si podría afectar cómo movernos, y que entonces cambie el efecto que un entrenamiento haga en nuestro cuerpo.
· Su forma – ¿se trata de un arma con filo o sin él? ¿es larga de verdad o sólo un poco más larga que nuestros brazos? ¿se usa con los dos brazos o con uno?
· Su función – ¿es curva o recta? ¿tiene un lado de ataque o los dos lados pueden ser usados para atacar en maneras indistintas?
Estas tres cuestiones lo cambian todo. La manera en que nuestro cuerpo se debe mover se torna distinta porque no usamos sólo nuestros músculos para darnos impulso, sino que usamos nuestros músculos y cuerpo entero tal vez para impulsar el arma. Desde un punto de vista de la actividad física esto empieza a sobrecargar grupos específicos de músculos, incrementando su fuerza, a la vez que se adaptan.
Desde el punto de vista mental, nuestras mentes aprenden a reconfigurar el mundo y adaptarse. Para ilustrar un poco mejor este cambio, considerá una situación de combate hipotética con un oponente imaginario donde vas a situarlo en un espacio de cuadrantes y vas a trazar cuatro líneas intermedias.
Los cuadrados son las áreas de defensa. Las líneas son las vías de ataque. Siempre necesitamos cuadrados lo más grandes posibles (para que nos permitan defendernos) y una vía de ataque recta (para tener nuestro golpe en una mira rápida). Entonces, todos los combates personales (y eso incluye los combates sin armas y artes marciales) se definen como establecer la manera más adecuada de la defensa en un cuadrado, para poder así resguardar nuestras vías de ataque que quedan disponibles para el adversario, y viceversa.
En el vacío no pasa nada. Aún si saltamos arriba y abajo en el lugar, hace falta que nuestro cerebro tenga en cuenta la fuerza muscular y la altura del salto para preparar los músculos para el aterrizaje, la posición del cuerpo y los brazos y piernas para equilibrarnos y no caer y posicionarnos en relación a todas las cosas que se podrían romper alrededor y no tener que salir de compras cada vez que hacemos ejercicios en casa.
¿Qué tiene que ver esto con el entrenamiento con armas? Los cuatro cuadrantes del cuerpo con las áreas de defensa separadas en cuadros se transforman ahora un cubo de tres dimensiones con un sólo lado que somos nosotros y el otro es nuestro oponente imaginario (en este caso imaginario).
Las líneas en las que nos unimos se extienden entre nosotros y nuestro objetivo. Se definen por el alcance (lo lejos) y los límites de su defensa contra nuestros ataques.
Entrenar con armas es duro porque tenemos que aprender a usarlas al mismo tiempo con el cuerpo y la mente. De todas maneras los beneficios son considerables:
· Incremento de fuerza – manipular un arma, aún una liviana, incrementa la carga de nuestros músculos y articulaciones y los refuerza.
· Mayor velocidad – la velocidad es una combinación de estabilidad general, fuerza de los tendones, posición del cuerpo y constitución de la fibra muscular. Un arma nos ayuda a mejorar en todas estas áreas.
· Mejor equilibrio – la velocidad a la que un arma se mueve y la necesidad de usar el cuerpo para impulsarla, nos fuerza a tener un mayor equilibrio y desarrollar un mayor conocimiento de la posición del cuerpo.
· Un pecho más fuerte – el manejo de las armas obliga a las dos mitades del cuerpo (superior e inferior) a trabajar en una estrecha coordinación. Esto ayuda a fortalecerte mientras que los diferentes grupos de músculos de a poco empiezan a moverse en conjunto.
· Mejor coordinación – porque al manejar un arma tienes que sumar a la fuerza adicional del cuerpo una mayor coordinación ojo/mano.
· Mejora la resistencia – entrenar con armas no es un asunto de fuerza solamente, requiere una serie prolongada de movimientos que se deben hacer con empeño. Se necesitan músculos entrenado para no fallar durante un período de tiempo más largo que sin un arma.
· Mejor agilidad mental – la mente es la mejor arma. Tener la capacidad de crear modelos mentales más complejos y ajustarlos al vuelo requiere el cálculo mental que poca gente puede manejar. El entrenamiento se convierte en una sesión intensa de ejercicio para la mente desde el momento en que levantas el arma y empiezas a empuñarla.
Ahora que sabes todo esto, lo único que necesitas es profundizar en nuestros programas de entrenamiento.